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Potro de Herrar

 

Potro de Herrar (El Boalo)

Carretera M-617, salida del Boalo hacia Mataelpino

Coord. 40°43'13.8"N 3°55'16.7"W

Potro de Herrar (Cerceda)

Calle Potro de Herrar 7, Cerceda

Coord. 40°41'56.1"N 3°55'52.3"W

El Potro de herrar es una construcción típica de los municipios de la Sierra de Madrid, seña de identidad de la tradición ganadera de nuestros pueblos y tesoros de nuestro patrimonio etnográfico.

Actualmente están en desuso, los potros de herrar se han convertido en testigos de otras épocas, usos y oficios. No tan lejanos como nos puede parecer, estas construcciones forman parte de nuestra historia y nuestra identidad.

Su origen se remonta a la Edad Media y algunos de ellos se han venido utilizando hasta bien entrado el siglo XX. El potro era utilizado por los vecinos para inmovilizar a los animales y así herrar a las caballerías y practicarle determinadas curas al ganado.

Hasta hace no más de medio siglo, los animales constituían un elemento esencial en el desarrollo de la economía de nuestros pueblos, no sólo en las tareas agrícolas, sino en el transporte (de madera, nieve, etc.), así como en otros oficios y labores domésticas. El cuidado de estos animales constituía una obligación primordial, siendo el herraje una parte principal, por eso de la importancia de los potros de herrar en los pueblos.

Por lo general, en los pueblos serranos pequeños y de pocos habitantes, solía existir un único maestro herrador, que prestaba servicio a todo el pueblo.

En nuestro municipio encontramos dos potros de herrar, uno en El Boalo, a la salida del pueblo por la carretera M-617 hacia Mataelpino (coordenadas, 40°43’13.8″N 3°55’16.7″W). Y el otro en Cerceda, en la Calle Potro de Herrar 7, (coordenadas, 40°41’56.1″N 3°55’52.3″W) a la entrada del pueblo junto a la Urbanización Sol y Nieve.

 

Localización del potro de herrar de Cerceda

Localización del potro de herrar de El Boalo

El potro de herrar se componía de los siguientes elementos:

  • Cuatro o seis monolitos, o postes de piedra, en nuestro caso son de granito de las canteras del municipio, anclados firmemente al suelo forman un rectángulo que constituye el soporte fundamental del resto de la estructura. Los dos pares posteriores pueden llegar a medir más de dos metros.
  • En la parte delantera se sitúa el lubio o yugo, que sujeta la cabeza de la bestia, estando curvado en su parte central para adaptarse al cuello. Unos travesaños de madera situados entre los bloques delanteros, permiten el desplazamiento del yugo según el tamaño del animal. Un travesaño de madera, en la parte superior de los bloques traseros, sirve de sujeción del rabo.
  • Entre los cuatro bloques traseros se sitúan dos travesaños paralelos de madera, los portacinchos, de los cuáles se cuelgan los cinchos, de cuero o soga, que previamente han sido pasadas por debajo de la panza del animal. Al girar el portacinchos, a modo de polea, se eleva el animal.
  • Pequeños bloques verticales clavados en el suelo, los apoyamanos, sirven para atar las extremidades de los animales. A veces lo forman cuatro troncos horizontales sujetos mediante tornillos a los postes.

Todos los postes o elementos de madera, que conforman los potros de herrar, actualmente no existen, se han deteriorado con el paso del tiempo.

Para proceder al herraje se colocaba el animal dentro del potro, se inmovilizaba la cabeza al yugo, se le pasaban una o dos cinchas de cuero por debajo de la panza y se giraba el portacinchos para elevar el animal. El giro se producía introduciendo dos palos en sendos agujeros del portacinchos: uno que gira y otro que hace de freno.

Una vez que estaba el animal en el aire, el herrero ataba la pata que iba a ser calzada y empezaba por retirar los restos de la herradura vieja. A continuación, por medio de una cuchilla plana, llamada pujavante, limpiaba y nivelaba el casco o las pezuñas, con objeto de conseguir que la herradura asentase debidamente (se llamaba “callos” cuando las herraduras se las ponían a animales vacunos). Hecho esto, el herrador lo perfeccionaba con las tenazas y con las cuchillas y procedía a la colocación de la nueva herradura, que se sujetaba con clavos. En general, resultaba más complicado y peligroso herrar el ganado que a la caballería, ya que el ganado no aguanta de pie sobre tres patas, de ahí que fuese imprescindible la inmovilización del animal para evitar coces y cornadas.