La arquitectura tradicional, al igual que otras manifestaciones populares, es un elemento que forma parte de la propia identidad de los pueblos, de lo que han sido y de lo que son.
Así, El Boalo, Cerceda y Mataelpino constituyen un ejemplo de la arquitectura típica serrana: calles estrechas, casas bajas de piedra, corrales, hornos y huertos para consumo propio.
Adaptada a las necesidades de una sociedad rural, escasa de comodidades y sobria de costumbres, la vivienda rural tradicional respondió durante siglos con soluciones sencillas e ingeniosas, a las necesidades de las personas que en ella habitaban. Casas sobrias de aspecto tosco, pero con una excepcional adaptación al clima usando para ello los materiales puestos al alcance de la mano por la naturaleza.
Por eso la presencia del granito en la Sierra y en concreto en nuestro municipio, donde todavía quedan restos de antiguas canteras, ha marcado la arquitectura popular de esta zona, que tiene como principal característica el uso del granito en las fachadas. Las casas eran de muros de piedra con adobe y sin enfoscar, y en algunos casos encontramos fachadas blancas de ladrillo oculto con zócalos de piedra. Las ventanas pequeñas para proteger al interior del frío y los tejados solían ser inclinados y con tejas árabes de cerámica. Los aleros de madera que actualmente en muchos casos siguen como adorno. También es muy común la presencia de balcones en viviendas grandes.
Podemos encontrar casas tanto de una o dos plantas, en muchos casos en las casas con dos plantas la inferior era dedicada al ganado. Esto posibilitaba que el calor que desprendían los animales pudiera aprovecharse para una mayor “comodidad” de las personas que habitaban en el segundo piso. No hay que olvidar que esta sierra ofrece un clima duro, especialmente en invierno, y el aporte de este calor era fundamental junto con la leña que se obtenía del trasmocho de diferentes especies o del sostenimiento de bosques de dehesas y fincas.
En cuanto a los campos, eran típicos los cercados de piedra, que servían para delimitar los pastos y huertas, y mantener el ganado encerrado, ya que la ganadería fue uno de los sustentos principales de los habitantes junto con las huertas. Si nos damos una vuelta por los alrededores de los tres pueblos podemos disfrutar del maravilloso paisaje que conforman estas construcciones de piedra que todavía caracterizan el entorno que nos rodea.
Además de la vivienda tradicional encontramos otras construcciones en piedra como son las Casas de peones camineros. En nuestro municipio todavía existe una en la carretera de Cerceda a Manzanares. Es una construcción de piedra típica de la zona. El peón caminero fue en España el encargado de cuidar a pie de camino del estado de la carretera en cada legua.
Ya a comienzos de la década de 1960 empezó una nueva etapa para las localidades de El Boalo, Cerceda y Mataelpino y con ello aparecieron nuevos tipos de construcciones. Seguramente el principal factor de esta transformación fue la llegada de veraneantes que, unida al inicio del desarrollo económico del país, hizo que nuestro municipio empezara a experimentar un mayor desarrollo urbano y demográfico, además de transformar su economía; pues la agricultura, ganadería y cantería fueron dejando paso al turismo como principal fuente de ingresos de la zona.
A finales del siglo XIX la sierra de Madrid se convirtió en uno de los destinos preferentes para muchos habitantes de la capital. Los motivos fueron varios: la propia morfología de Madrid carente de zonas verdes, excepto el Parque de El Retiro, el evitar el desgaste producido por la vida urbana o el fomento de las actividades deportivas, hicieron que muchas de las familias adineradas de Madrid empezaran a adquirir terrenos en los pueblos de la sierra para construir los característicos “hoteles” donde pasar los meses de verano. Aunque en nuestro caso no se construyeron muchas de este tipo de segunda residencia, podemos destacar tres que en la actualidad todavía existen. El hotelito que pertenecía a Ramón Serrano Súñer, cuñado del propio Franco y uno de los hombres fuertes del régimen durante la posguerra. El de Joaquín Ruiz Jiménez, quien llegó a ser Ministro de Educación en 1951 y la de nuestra querida y admirada gran escritora Carmen Martín Gayte.